Hoy se celebra la festividad de
Santa Clara de Asís, santa vinculada a nuestra Hermandad por nuestro
nombramiento como Hermandad Franciscana.
Por tanto, hoy es día de celebración en el seno de nuestra corporación.
Dejamos un breve nota sobre Santa Clara.
Clara significa: vida transparente
Nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso.
Su madre, Ortolana, descendiente
de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente
piedad y de gran celo por el Señor. Desde sus primeros años Clara se vio
dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía
otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y
mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y
gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.
Su conversión hacia la vida de
plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís.
Cuando ella tenía 18 años San Francisco predicó en Asís los sermones de
cuaresma y allí insistió en que para tener plena libertad para seguir a
Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. En
secreto se fue a buscar al santo para pedirle que la instruyera en el
modo de lograr conseguir la perfección cristiana. El le dijo que había
que desprenderse de todo, la animó a dejar la vida de riquezas y
comodidades que llevaba y dedicarse a una vida pobre, de oración y
penitencia.
El Domingo de Ramos del año 1212
Clara asistió a la celebración pero estaba tan emocionada y fuera de sí
que no pasó a recibir la palma. Entonces el señor obispo se fue para la
banca donde ella estaba y le puso en sus manos la palma bendita. Y
aquella noche, a medianoche, acompañada de Pacífica, su fiel compañera,
salió secretamente de su casa, (rica mansión de familia muy acomodada) y
se fue a dos kilómetros de distancia, donde San Francisco vivía
pobrísimamente en un sitio llamado La Porciúncula. Allá la estaba
aguardando el santo, el cual salió a recibirla junto con sus frailes,
llevando todos lámparas encendidas y cantando de alegría.
De rodillas ante San Francisco,
hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del
mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El
santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa
cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a
donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera
preparando para ser una santa monja.
Cuando los hermanos que eran muy
ricos y esperaban casar a Clara con algún millonario hacendado, se
dieron cuenta de la ausencia de la muchacha se dedicaron a buscarla por
todas partes. Al fin la encontraron en el convento en donde se había
refugiado y quisieron llevársela a la fuerza. Ella se agarró a los
manteles del altar, que se rasgaron ante tanta violencia de los
atacantes, y cuando se la iban a llevar, Clara se descubrió la cabeza
rapada y les dijo: "Por amor a mi Cristo Jesús he renunciado totalmente a
todo amor por lo material y mundano". Los hermanos al verla así y tan
resuelta, desistieron de tratar de llevársela.
San Francisco hizo que Clara se
fuera a vivir junto a la Iglesia de San Damián en Asís, en una pobre y
humilde casita. Y he aquí que su hermana Inés y su propia madre
decidieron irse también de monjas con ella. Y muchas muchachas más se
dejaron atraer por esa vida de oración y recogimiento, y así pronto el
convento estaba lleno de mujeres dedicadas a la santidad. Francisco
nombró a Clara como superiora de la comunidad, y aunque ella toda la
vida trató de renunciar al puesto de superiora y dedicarse a ser una
sencilla monjita de segundo orden, sin embargo por cuarenta años será la
priora del convento y las monjitas no aceptarán a ninguna otra en su
reemplazo mientras ella viva, y es que su modo de ejercer la autoridad
era muy agradable y lleno de caridad. Servía la mesa, lavaba los platos,
atendía a las enfermas, y con todas era como una verdadera madre llena
de compresión y misericordia.
A los pocos años ya había
conventos de Clarisas en Italia, Francia, Alemania y Checoslovaquia. Y
estas monjitas hacían unas penitencias muy especiales, inspiradas en el
ejemplo de su santa fundadora que era la primera en dedicarse a la
penitencia. No usaban medias, ni calzado, se abstenían perpetuamente de
carne, y sólo hablaban si las obligaba a ello alguna necesidad grave o
la caridad. La fundadora les recomendaba el silencio como remedio para
evitar innumerables pecados de lengua y conservarse en unión con Dios, y
alejarse de dañosas distracciones del mundo, pues si no hay silencio,
la mundanalidad se introduce inevitablemente en el convento.
No contenta con las
mortificaciones que las demás monjitas hacían, Santa Clara ayunaba a pan
y agua los cuarenta días de cuaresma y los días anteriores a las
grandes fiestas. Y muchos días los pasó sin comer ni beber nada. Dormía
sobre una dura tabla y por almohada tenía un poco de pasto seco. San
Francisco y el obispo de Asís le mandaron que no dejara pasar un día sin
comer aunque fuera un pedazo de pan. Poco a poco la experiencia le fue
enseñando a no ser demasiado exagerada en penitencias porque se le
dañaba la salud. Y más tarde escribirá a sus religiosas: "Recuerden que
no tenemos cuerpo de acero ni de piedra. Por eso debemos moderar los
exagerados deseos de hacer penitencias, porque la salud puede sufrir
daños muy serios".
Siguendo las enseñanzas y
ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus
conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y aunque
muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de
sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía
unas rentas para su convento le escribió: "Santo Padre: le suplico que
no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como
lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el
futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi padre
celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar
también a nosotros". Hoy las religiosas Clarisas son 18,000 en 1,248
conventos en el mundo.
Una vez llegaron unos soldados
mahometanos, terribles anticatólicos, a atacar el convento, destrozar y
matar. Las monjitas se fueron a rezar muy asustadas; y Santa Clara que
era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus
manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los
atacantes. Ellos sintieron en ese momento tan terrible oleada de terror
que salieron huyendo sin hacerles mal. Otra vez los enemigos atacaban la
ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjitas oraron
con toda fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron
sin saber por qué.
27 años estuvo enferma nuestra
santa, pero su enfermedad la soportaba con paciencia heróica. En su
lecho bordaba y hacía costuras, y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la
visitó dos veces y exclamó: "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de
ser perdonado, como la que tiene esta santa monjita". Cardenales y
obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos. San Francisco ya
había muerto, y tres de los discípulos preferidos del santo, Fray
Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús
mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a
pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya
los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".
El 10 de agosto del año 1253 a
los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, se fue al cielo a
recibir su premio. Un día como hoy fue sepultada. Santa Clara bendita:
no dejes nunca de rogar a Dios por nosotros.
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